jueves, 21 de enero de 2016

Los pasos perdidos



Esta canción de Pedro Guerra me llena de nostalgia, y eso que mis hijas no tienen la edad que le supongo a Lara, la protagonista de sus versos. Estoy viendo crecer a estas dos niñas, tengo que cerrar su etapa de bebés, y la verdad es que me está costando. 

Es como si, de repente, se me estuvieran olvidando las noches en vela, los biberones (sí, señora, yo les dí biberón), el eterno aspirador de mocos ese en el que tenías que chupar, las papillas, cogerlas en brazos, ponerlas en la hamaca, aquellos ruiditos que hacían. Es como si sólo me quedara un vago recuerdo, poco nítido, de todos aquellos días. Pensar que no van a volver me da mucha pena, es como si quisiera ahora revivirlo a toda prisa cuando sé que tengo que decidir si cierro o no esta etapa para siempre.

A veces me dan arranques y pienso en tener un tercer hijo, en todo lo que supondría; volver a vivir un embarazo, las patadas, los movimientos, ver cómo reaccionan sus hermanas, el parto (la verdad es que yo disfruté de mis partos, tuve mucha suerte), también el temido postparto. La lactancia tendría que descartarla casi seguro por la medicación que tomo para la ansiedad, eso quizá sería una espinita clavada ¿o quizá no? Tengo ya dos hijas criadas con biberón y son fantásticas. Seríamos familia numerosa por derecho propio y no por tener dos hijas y una de ellas con minusvalía. Es una idea que me gustaría.

Pero luego aparecen mis miedos. Miedo a que algo vaya mal, a que mi cuerpo no se recupere bien con casi 39 años, miedo a que pase algo con la medicación en el embarazo, miedo a la reacción en el trabajo, miedo a mi futuro profesional, a poder cambiarme a otro sitio. Miedo a no poder atender a los tres como me gustaría, miedo a sentirme culpable. Miedo a querer demasiado y cagarla, miedo a meter la pata... Mi cuerpo reacciona ante ese miedo, También miedo al cansancio, miedo a empezar otra vez todo de cero.... 

Cuando llegue el momento, echaré de menos esos pasos perdidos por el pasillo, esos pasos que llegan hasta mi cama y que se apagan cuando las susodichas trepan hasta llegar a mi lado, esos correteos, esos zapatos de tacón del disfraz de Minnie que les encanta ponerse.

Sí, creo que lo que más echaré de menos cuando se hagan mayores serán esos pasos. A lo mejor, si aguzo mucho el oído, puedo escuchar su eco por el pasillo.